
Horizonte de destellos que nublan tu cuerpo, ahora.
¿Persigues ese tumbo débil cada mañana?
¿Sigues atenta al silenciado estupor del cuerpo que te simula?

¿Vienes a fijarme entre los destellos del horizonte?
Te detienes a contemplarlo: el horizonte no se habita nunca; como la herida cerrada, siempre latente, absurda, pero encantada y orgullosa de ser parte del cuerpo.
¿Te bastará el milagro de la música huérfana de las ondas?
¿Te bastará el hilo del viento que intentará ocupar las entrañas?

¿Te bastará el amanecido bienestar somnoliento después de una noche de fiebre intensa?

Contigo quedé como recién nacido mirando luna. Franco y trágico percibiendo el vacío de la inmensidad. Allí empecé a acostumbrarme a la nada, luego practiqué el afecto, hasta llegar a la conversión.
¿Sientes ese vacío, ese hueco sólido, cúbico y sonoro que trata de destruirme abriendo leves heridas continuas? ¿Deseas mi dolor? ¿Quieres olerlo, palparlo, estremecerlo y nunca sentirlo?
¿Estarás cuando el horizonte se levante? ¿El aire contenido y espeso entre los dos huirá contigo, como huye el olor a humedad nocturna del jardín no se sabe a dónde?
¿Te nubla la sensación de no saberte en el centro, de ser capaz de contemplar el horizonte sin mí?

¿Ya lo sentías? ¿Desde entonces te habitaba, te abrazaba tumbada en el borroso horizonte?

¿Estabas tan sola? ¿O era sólo esa desolación tan familiar, cerrada y cariñosa que quiso quedarse contigo desde siempre? ¿Te atrajo mi nadería?
¿Te basta verlo así ahora? ¿Te basta ordenarlo, articular motivos, arreglos, composiciones sobre la materia? ¿Puede la sustancia informe dejar de serlo alguna vez? ¿Te basta buscar en mi mirada respuestas, palabras vanas y reconfortantes? ¿Te toca ahora la imagen?
¿Qué te decían mis ojos? ¿Qué buscaste en ellos? ¿Qué fue suficiente?

El horizonte midió tu calibre, tu valía, tu condición. “Esa no durará, es amante de lo efímero, busca proteger lo que siente” –decía el mismo horizonte, como sabe y puede decir las cosas.
No subiste a la pureza de la idea; no inquietaste más mis dolores. No quería pasar más tardes caraqueñas de tráfico y lluvia con tu energía pesada, sofocante, trémula como la humedad desprendiéndose del pavimento.
No me interesa ya. Me aburro pensándote ahora, al punto que me hago insolente y hasta te escribo el poema pavoso y deshonesto.
No más. Ahora sólo quiero agradecer tu prosaísmo. Devolverme a lo ordinario fue tu don final.
Los destellos nublan tu cuerpo de nuevo.

Eres el abrazo confuso; la contradicción instalada; la incomodidad suspendida en el tiempo; el dolor de barriga en un chacaíto crepuscular. El poema asqueado de sí mismo, harto de no reflejarse en palabras. La calle rota que molesta transitar.
¿Quisiste salir, todavía tumbada?
Te pregunto: ¿quisiste alguna vez? Algo. Cualquier cosa. ¿Quisiste?
El horizonte se hace visible. Impera lo cotidiano otra vez.

-(Colaborador) Juan Pablo Gómez
1 comentario:
Versos preñados de polisemia. Versos que pueden prescindir de cualquier apoyo gráfico (sobre todo si son jpg triviales de cualquier image bank, querido Mario). Versos que trasegan el manido tema, el cliché universal de los poetas. Versos que apocan mucha prosa que anda por ahí no sólo suelta y publicada, sino homejeada y vitoreada en esta polisémica ciudad.
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